Creo que te quise tanto
que olvidé el amor propio a los pies de tu cama.
No recuerdo si tú me lo pediste,
o fui yo solita la que decidió dejarse morir.
Suicidarme saltando a tus brazos sonaba tan bonito,
que no pensé en mi final.
Y eso que siempre imaginé que tú no ibas a estar ahí para cogerme. Para salvarme.
Yo salté.
Me dio igual todo.
Mis huesos se rompieron más por tu indiferencia que por el golpe.
Y aún te quedó desprecio para rematar el cadáver que dejaste, buscando acabar con cualquier recuerdo que quedara de mí.
Pero no.
Se escapó el corazón en la caída. Voló.
Sin saber muy bien a donde. Escapó.
No había destino fijo en el mapa.
Sólo volaba.
Hoy mira las cenizas desde lo alto.
Arde como el fenix que es. Arde.
Mira los restos que quedaron en su día.
No murió.
Sólo cambió la piel.
Si llego a amarte como pensaba, habrías matado un corazón.
¿Cómo te sientes ahora?
Yo, aprendí a volar.



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