Es una de esas noches
sin fecha especial alguna,
una entre tantas
que pasan como estrellas,
iluminando el firmamento
y evocando con paciencia
desde la razón
hasta lo absurdo.
Es calmada,
es nerviosa,
enciende por dentro
y apaga al instante,
sonríe por los momentos
que han pasado
y solloza por los segundos
que se han robado.
Es filosófica
a su propia forma
y tan simple
en su presencia;
la llama presa
de la insistencia en lo eterno,
la ráfaga cautiva
del interés por lo fugaz.
Es la esencia
que deja marca,
la historia y el porvenir
del crepúsculo gitano
que libre y recio
enmarca la mente,
y con tanta pertenencia
sella la piel.
Es nostálgica
en la memoria pasajera
e ilusionada
en los deseos perdurables,
llenando de recuerdos
los vestigios del olvido,
creando desde el alma
y muriendo desde el corazón.
Es portadora
inherente del frío,
pero con calidez
en su pragmático latido;
invita a soñar
el despertar de los sentidos
que la incitan a insistir
en la renovación de su destino.
Es una noche
de intensas emociones,
indudablemente
hermosa.
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