—Mírate ¡oh, amada!, ¡oh, Afrodita!,
tu mirada como la luz del sol,
cuando alumbrando los peñascos
disipa las sombras de la noche;
así tú en mi alma,
así tú en mis ojos,
en mi pecho,
en mis entrañas.
Tus cabellos, como suaves pétalos de rosas
aún empapados de rocío entre mis manos,
entre mis besos.
Los pliegues de tu cuerpo,
que traspasan mis caricias
hasta el vértice de tu alma,
allí donde me encuentro,
allí donde me pierdo.
En el beso apasionado de tu boca,
en el fuego de tus
ansias que desesperan un amanecer en tus ojos,
en tus labios,
en tus pechos.
xx
—Internada en la miel de tu boca,
en la fantasía de tus manos que recorren,
que acarician,
que sanan el amor herido.
El calor en tus brazos que rodean mi alma,
que consume los miedos de la noche,
revive en mi pecho el latir enamorado,
el querer con ternura, adornarte de besos.
En mi vientre la vida,
en tu fuego, mi eternidad;
en tu voz mi aliento,
en tu suspiro, mi todo.
El susurro de mi poesía,
el fantasma de mis letras;
mi canción,
mi delirio.
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