Fui guerrero en lo que supe, la brevedad.
Me decanté por ser un manantial sereno
que avivase la noche y mitigase las cítaras.
Quise ir desde lo más yermo de los montes
a los pies de la mar endeble y solitaria.
Buscaba sentir la brisa como un ungüento
de mi peregrina piel galana y caprichosa.
Allá, entre la fría e insomne arena fina
que deshila las brumosas olas celestes
en la penumbra silvestre, en el cielo lunar.
Soñé con acariciar ruiseñores nocturnos
como si yo fuese de una vida lejana a mí.
Lamento el brote de su trágico silencio.
Fue una noche de cantos grises bajando el río
para morir perfectamente en la mar, reflejando
la soledad como espejos de cara a la pared
en la angustia de la vida, de la supervivencia.




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