Un año más tomamos las calles, juntas y unidas, gritando al unísono desde todos los rincones del país por nosotras, por las que ya no están, por las que vendrán.
Porque es necesario, porque todavía son demasiados los que quieren vernos arder en el fuego de la ignorancia y la superstición. Son muchos los que aún nos quieren con las alas sujetas a la espalda envueltas en alambre de espino.
Siguen existiendo esos que creen que valemos menos porque sangramos una vez al mes, piensan que es vergonzante y lo que no comprenden es que nuestra sangre es vida, hasta que pasa a sus manos, entonces solo tiene un nombre: muerte.
Pero lo que no saben es que siempre fuimos mayoría, y cada vez seremos más las y los que nos reunamos a la luz de la lumbre en las noches de luna redonda, paganos de mente y corazón, libres de ataduras que nos ensucien el alma.
Ellos continúan engañándose, pero somos más, siempre lo hemos sido, supervivientes en tiempos de paz y guerra.
Somos las descendientes de las que murieron en la hoguera, por curanderas, de las que se pudrieron en la cárcel por querer tener voz y voto y de las que cambiaron sus nombres por los de sus maridos para poder publicar. Somos hijas de las que no eran mujeres porque vestían como hombres, de las que no podían comprar una lavadora sin la firma de otro, de las que callan los moratones, de las vendidas como ganado.
Somos la verdad que se esconde bajo los velos, la realidad impregnada en el color de nuestra piel.
Somos las mismas de toda la vida, porque eso somos nosotras: vida, y sin nosotras la vida se paraliza.



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