Mira cómo la tierra -fértil y plena-, no realiza esfuerzo alguno para conquistarnos, para recordarnos que no es nuestra. Mejor dicho; somos de ella. Como hijos suyos volveremos a sus entrañas, y nos recibirá tan cálidamente, que no querremos salir de ella jamás.
Es la madre que cuida el sueño.
La sal nos abraza con su manto, entra en nosotros y apunta hacia las estrellas, nos volvemos uno, como el vaivén con el que fuimos creados, para luego nacer y convertirnos en viajeros y caminantes.
Ella nos pide que gocemos, que la cuidemos. Nuestras lágrimas recorren su cuerpo, la risa toca las raíces más profundas y estremece en cada rincón de este sitio al que llamamos hogar.