Olor libertad

Me gusta el olor a ropa recién lavada cuando la tiendes bien temprano por la mañana, cuando todavía se está secando el rocío de la madrugada. Las manos se me quedan heladas al contacto con la las prendas mojadas, casi no siento las pinzas ni la cuerda de tender. Inerte, como en tantos otros aspectos de mi vida me dejo arrollar por los acontecimientos, sin freno ni voluntad.

Me demoro en sacudir bien cada una de las prendas, concentrada en mi tarea mientras procuro ignorar esos ojos que me queman en la nuca, siempre pendientes de mí incluso tras la cortina. Sabe que estoy haciendo tiempo, estirándolo al máximo como si pudiera conseguir que el barreño de ropa no tuviera un final y poder quedarme aquí para siempre, con los dedos entumecidos entre la la colada helada mientras me atempero mi miedo al sol de la mañana.

Y cuando la colada ya ondea liberada al viento no puedo evitar la envidia. Me celo de su libertad de movimiento, de su alegre danza a los ojos del sol.

Es un momento de liberación, pero también de final para mí: significa que debo volver adentro, a la oscuridad de su tiranía, a la locura de esos ojos que me miran con un odio eterno e injustificado. Cada día deseo ser una sábana, desprenderme con fuerza y de un tirón de las pinzas de su odio que me sujetan y salir volando por fin.

Quizás un día lo haga, antes de que él tome la decisión por mí.

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