Despego en el miedo de un suelo inestable,
el colgar los pies en un vacío
en el que ni caigo
ni asciendo.
Respiro
siendo consciente de cada aspiración,
confundiendo aspiraciones,
giros de reloj,
llorando inspiraciones
como heridas abiertas
que tras mucha sutura
no llegaron a cerrar.
Vuelvo al punto de partida
y parezco repetirme, de nuevo.
Me siento yo en la misma piel,
flotando en una realidad
que ya viví,
faltándome saliva para pronunciar un grito
a los que entre queja y reproche
cambian de idea,
a los que pierden la voz
con mil certezas y cero aciertos.
Observo unos ojos inertes
y entiendo su razón de no mirar
el paisaje tan sin esperanza
que se alza delante.
Como el reflejo de una manilla cerrada,
el tiempo que tarda en pasar un minuto,
el gemido de un cristal roto,
el parpadeo de una bombilla
y sus ondas no dañinas,
es espejo gastado que acostumbra
a no ver la curva de la risa.
Aplaudo su chiste sin gracia,
ruedo por el suelo siguiendo el juego
que hace meses
dejé de jugar.
Me cuelgo de tu cuello y menudas vistas,
será la perspectiva, pero
qué carcajada bonita tienes cuando me miras.
Inyéctame el veneno cuanto antes,
que no quiero estar mucho más
sin tu beso,
deshazte del peso que cargas en los pulmones,
libérate la espalda,
las alas,
persigue el horizonte.
Continúa el vuelo,
no pienses el aterrizaje.
Por mí no te preocupes,
seguiré tu pista,
me valdré de esa magia
que jurabas guardar
para de tanto en tanto
hablarme de ti
y hacerme latir
en tu latido
desenfrenado.