Enmendar lo errado,
sanar lo dañado.
Traspasar y absorber
toda la decepción
ocasionada en tu mente.
Eliminar el dolor
de tu corazón,
a base de besos
con y sin sexo,
cubiertos por pura alma,
sin condimentos añadidos
de la imaginación egótica.
Reconquistar
las zonas cotidianas,
bajo las sábanas;
en cualquier habitáculo
en el salón,
junto a las cortinas,
sobre la mesa de la cocina.
En la terraza,
sobre la silla
y entre las estrellas.
Acariciarnos
y perdernos,
como antaño
en los preliminares,
dejar el grano volando
sobre el viento,
y despacio como el
mejor premio…
Mojarnos por completo
al son del ritmo pélvico.
Todo fusionado,
encajado,
engarzado,
como guantes perfectos
sobre las manos.
Deshojarnos,
con gritos
para soltar
todo lo que nos sobra.
Todas las falsas creencias
de nosotros.
Desabrochar,
todos los reproches
y lanzarlos al mar abierto.
Quedarnos con la esencia,
mirándonos,
tocándonos con suspiros de aliento.
Reencontrarnos,
galopantes,
abrazados,
alentando
el fuego aletargado.
Darnos cuenta
que seguimos enamorados
y que nuestra hoguera
continúa,
ardiendo.



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