Ya no aguantaba más. Aquel tipo le había dado la brasa toda la noche, riéndole todos sus comentarios, gestos y ademanes sarcásticos. No cogía las indirectas y no se daba por aludido. No, no aguantaba más y quería desembarazarse de aquella molesta compañía. Si no hablaba pronto, si se guardaba lo que sentía, pronto estallaría como un petardo de feria.
Había acudido a la cita con poca esperanza y tan solo quería agradecer el interés que había mostrado su amiga Irene, preocupada por su soledad. No confiaba mucho en aquella citas a ciegas.
Desde que rompió con Antonio no le apetecía salir con nadie pero siempre venía bien una noche distinta, conocer a otras personas y despejarse. Por probar —pensó— no pasaría nada. Pero en aquella ocasión, todo fue mal desde el principio.
Desagradable, con poco tacto, grosero y ordinario. Se reía por todo, con ostentación y fuerza, dejando al descubierto una fea dentadura, amarilla y deforme. Ya no aguantaba más, tenía que soltar lastre, vociferar lo que sentía y escabullirse.
En una de aquella risas furibundas ante un comentario irónico, ella le dijo:
—¡Cómo te gustan mis cositas!
—Sí, la verdad que sí; me caes muy bien.
—Pues a mi las tuyas me revientan. —Y se marchó de aquel lugar rápidamente, satisfecha con su tajante respuesta y dejando a aquel tipo con un palmo de narices. Mejor sola que mal acompañada.



Deja un comentario