Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca¨.
Gabriela Mistral
Ella siempre tenía un beso en la boca para cada ocasión. Para cada sonrisa, para cada poema, para cada brindis, para cada baile que terminaba, para cada orgasmo que comenzaba y para cada nuevo encuentro que sucedía. Besos mágicos. Podías sentir su lengua saboreando tu alma mientras te comía la boca con los labios, ese era el sello de su magia y ella, era mágica en verdad. Sus besos eran auténticos sortilegios en los que sientes que viajas del cielo al infierno y no quieres nunca regresar. Besos hechiceros, de vida o muerte, de todo o nada, de sangre y fuego, besos de verdad. Y no como esos ¨besitos¨ fingidos, desabridos y cobardes que dan ahora las adolescentes sin mayor emoción, no. Eran besos de mujer hecha y derecha, besos que te atrapan y no te quieres soltar. Besos de hembra, besos de mujer que sabe lo que quiere y que te quiere entre sus piernas, besos de mujer de verdad.
Qué preciosa marca dejaron tus besos en mis recuerdos. He venido a felicitarte y decirte: amor ¿cómo lo hiciste?, es una marca imborrable, preciosa y dolorosa. Y sabes, ahora todos esos bonitos recuerdos con sus bonitas marcas me persiguen, me persiguen como pájaros y me acechan —a las 3 de la mañana— asesinando cualquier intento de dormir. Pájaros asesinos. Siempre se aparecen con sus hermosos cantos alados disfrazados de tu sonrisa después de besar. Y qué bellos y qué mágicos y qué esplendorosos recuerdos. Pero qué maldita hora es esa para ponerse a recordar. Qué amargo es el silencio, amor, cuando me habla de ti.
Ella siempre tenía un beso en la boca para cada ocasión. Y mientras te besa te ama y te ama en serio, y no son juegos, te acaricia el cabello y lo enreda entre sus dedos con la ternura de quien acaricia un borrego tierno sabiendo que lo va a sacrificar.
Han pasado meses ya desde que todo terminó. Meses de matar el tiempo escribiéndole versos a tus recuerdos a las 3 de la mañana, con el reflejo de la pantalla del móvil en la cara, como si estuviera contándome una historia de terror. Y sí, qué putada esa la de ponerse a recordar a esa hora. La maldita hora del diablo, la hora de las brujas, las 3 de la mañana. La vida es una mierda a esa hora, sabes. Nunca te despiertes a esa hora amor mío, y menos a recordar.
Deberías preguntarme qué sentí cuando a quemarropa disparaste tu adiós. Y no, no era necesario que tuvieras un arma cargada, sabes, pero tu adiós fue eso: una bala envenenada dando vueltas en mi pecho y destruyendo todo lo que quedaba adentro. Tu adiós fue un disparo letal.
Menos mal
que no se te ocurrió
la romántica idea
de besarme en la boca
al partir
me hubieras matado…
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