Les presento a María

No sé cómo explicarlo, pero las tardes en su casa tienen algo que me renueva el espíritu. Con la cocina permanentemente abierta y sin estar escritas las recetas, en las repisas esperan tranquilos el té, las especias y el café.

Me quedo observando sus manos. Le digo: “A ver tus manos”, y ella las pone como si nada encima de la mesa. Yo solo quiero tocarlas, sentir el paso de la mecanografía sobre ellas y el esmalte en las uñas. No se percata de lo que sucede en mi cabeza en ese instante, y con cierta prisa continúa hablando de los árboles y sus frutos.

Desde que los recuerdos existen en mi mente, me encuentro a María luchando y contando historias. Yo le pregunto cosas que a nadie más cuestiono, y las conversaciones las sazona con sal de mar. Es difícil entenderla, pero es amable, del verbo “la terminas queriendo con todas tus fuerzas”.

Alguna vez la escuché decir que los nietos son como polvo de estrellas.

Lo que resulta cierto es que el amor que tiene ella hacia mí ha traspasado todas las tristezas y todos los años. Abundante y con frescura, calmó mi llanto infantil y llenó mi corazón de atesoradas palabras.

Visitarla es habitar en la casa con más helechos; es el baño antes de dormir, para luego caer en el más profundo sueño. A ella, a mi abuela, la dibujaron con tinta indeleble.

6 respuestas a “Les presento a María”

    1. Gracias, ¡saludos!

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  1. Es un texto precioso. Me has transportado a mi infancia.
    Muchas gracias por compartir esta belleza.
    Un saludo.

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    1. Gracias, ¡un abrazo!

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  2. La abuela, tinta indeleble. ¡Amén!

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  3. Esta precioso

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