Me ha despertado mi corazón a todo galope; a mi mente ha llegado un pensamiento tormentoso: ¿y si no está…? ¡No! Ni para qué decirlo, tiene que estarlo, si no debió haber alguien quien lo notara, ¿y si ese alguien soy yo en este momento?
Tiene que estarlo, si no su piel no se hubiese puesto pálida, sus extremidades duras y su cuerpo frío, pero ¿y si no está…? ¡No! Es seguro que lo está, a pesar de que sus ojos no se hayan cerrado y me hayan mirado con suplicio hasta el final, sé que lo está, ¿lo sé?
¿Y si no está…? No, no puede estarlo, no se puede ir con él la vida no vivida: los viajes trazados en sueños, pero no en el cielo o en carreteras, las risas de rostros graciosos aún no conocidos, las canciones no bailadas ni cantadas, la tertulia del café en las noches lluviosas, los paisajes vistos desde la altura de los árboles, el sabor de dulces aún no inventados, el descubrimiento de la cura de su olvido. No, no lo está.
Sin embargo, sus palabras se llenaron de adioses silenciosos, sus labios se endurecieron y se escuchó el pito ensordecedor de la partida. Aunque todo pudo ser un error, una mala interpretación, una broma quizá, ¿y si no está…? ¡No! Es que tiene que estarlo, no debo engañarme por miedo al dolor insanable que eso me ocasione.
Pero ¿y si no está…? Tampoco puedo permitirme convertir su cuerpo en cenizas pues sería causante de su partida. No, no sería su verdugo porque no fui quien decidió sentenciarlo, entonces ¿y si sí está…? Imposible.



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