Érase una vez… una historia con un comienzo que, aunque pasado de moda, seguía en boca de todos. Pero entre líneas, se forjaba una revuelta. Las acciones, al mando de un predicado que debía predicar con el ejemplo, se sublevaron contra sus ejecutores, sujetos a unas reglas, a su entender, obsoletas. Los géneros ya no eran lo que eran: él podía ser ella y ella, él; muchos, incluso, se declaraban neutros. Y los números… ¡Ay, los números! Eran cada vez más habituales los sintagmas nominales mononucleares y aquellos con dos sujetos del mismo género. Pero también era vox populi la existencia de una minoría de la vieja escuela que abogaba por volver a las viejas costumbres.
Los verbos no personales fueron los primeros en hacer caso omiso a la obediencia debida, aunque no era nada personal. El imperativo, tan mandón como siempre, pero poco dado a obedecer, ordenó al gerundio que fuera marchando, pero este se rebotó contradiciendo al primero y respondiendo a la par que el participio, que se quedó (des)compuesto y sin novia: —Parando —dijo el primero. —Parado —le secundó el segundo. ¡¡Chispas!!
Los siguientes en sumarse a la causa fueron los pretéritos perfectos, tan perfectos ellos, que se posicionaron, con recelo, contra aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque eso fuera echarse piedras sobre su propio tejado: —Esperemos que hayamos tomado la decisión correcta —concluyó el de subjuntivo.
El condicional perfecto, por su parte, habría participado en el rifirrafe si su fiel escudero, el pretérito anterior, otrora un fiero paladín de renombre, no hubiera caído en desuso, y con su retórica aplastante le soltó a su tocayo un escueto «¿en serio?« cuando este, campechano, le confesó que también lo haría solo si lo hacía don perfecto.
El presente de indicativo, ni corto ni perezoso, se percató de que él todavía no se había pronunciado y levantó la mano mientras vociferaba «¡me apunto!!», si bien sabía que con ello el futuro se le escapaba de las manos. El de subjuntivo, por su parte, quizás y solo quizás, fuera neutral.
Los pretéritos imperfectos, entretanto, firmaban un tratado de no agresión con los supermegaperfectos pluscuamperfectos porque las viejas rencillas, en una contienda gramatical de tal magnitud léxica, podían convertir las relaciones sintácticas en un baño de tinta.
Y así, en imperfecta concordancia, derrocaron a los sujetos opresores, si bien en el intento, dejaron en el camino su personalidad y solo pudieron terminar el cuento con un había una vez…
¡Qué imaginación gramatical! Fantástico. 😀
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Muchas gracias Fabio 😘😘
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¡Me encanta! ❤
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Muchísimas gracias María 😘😘😉
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Gran escrito!!! 👏🏻👏🏻👏🏻
Enhorabuena, Mabm!!!
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Muchas gracias, me alegro que te haya gustado 😘😘
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