Si tú me dices oye,
yo lo haré con los ojos y oídos.
Si tú me dices calla,
mi boca se hará silencio
y cuerda.
Si tú me dices cielo,
entonces brillaré para tu nombre.
Caminas y camino,
sientes y siento,
lloras,
y lloro a tu lado
o te observo llorar con tristeza genuina.
Me cambias mi estrategia con dos pasos,
tanto que ya no sé qué hacer contigo.
No paras,
ni salvas,
ni rezas,
ni duermes;
no escribes,
no mueres,
no soplas,
no cantas.
No guardas mi cariño como yo guardo el tuyo,
ni te pesa mi pena,
ni te arrullan mis labios.
No me convienes
y estoy bien enterado,
pero al ver tus ojos burbujeantes
toda certeza
y toda luz
se deconstruye.
Solo queda el amor
y solo pienso:
“¿te quiero tanto
para hacerte este poema?”
Sí, te quiero,
te quiero eso y quiero lo suficiente
como para tallar
un arca,
y una isla,
y una pareja de leones
en madera.
Modificas
la melancolía del cuerpo
y me armas, dulcemente,
con tus piezas.
Son mis ojos,
es mi boca
y es mi nombre,
pero sé que no soy yo
y eso me mata.
Te avergüenza mi vergüenza
(no te culpo),
te entristece mi tristeza
(es necesario),
y te conmueve este conmovido
espectro,
que no asegura nada,
solo lluvia.
Cuento uno,
cuento dos
y cuento cinco,
soy el cronómetro grosero
de lo nuestro:
cinco ayeres,
dos veranos,
quince jueves,
es lo que fuimos
en la lengua de los datos.
No sé qué es lo que tengo,
tú me tienes.
Soy prisionero errante
del contorno
que forman tu retrato
y tu palabra.
Si tú me dices llueve,
entonces lluevo.
Si tú me dices fuego,
ardo ansioso,
si me dices amor,
yo me lo creo.
Si tú me dices canta,
no lo pienso;
si tú me dices peca,
peco y caigo,
si tú me dices muero,
voy, amiga.
Ah, pero si me dices vete,
entonces yo no sé qué hacer contigo.



Deja un comentario