A veces olvido que estoy herida
y sonrío siete noches
desembarcando el dolor,
deshaciéndome de la piel
con los ojos desiertos.
Me levanto aun sin haber dormido,
doy cien vueltas sobre la alfombra
-apenas de puntillas-
con la puerta entreabriéndose
y el equilibrio casi precario.
Desayuno a cualquier hora
en cualquier lugar
con los platos hasta el borde
y los cubiertos en el piso.
Me desvisto despacio,
cobijada de miedo
en el sillón de siempre,
predestinada a renunciar
a las dos de la tarde al aire libre.
Miro en el espejo la vida vivida,
me cruzo conmigo
y me paso de largo
redescubriendo los besos,
adelantando mis pasos.
Me cambio tantas veces
como me da la gana
para volver al sitio de donde hui
y dejar que me alcancen.
Vago por la casa,
subo la escalera,
olvido los cumpleaños
y grito palabras incorrectas.
No sé a dónde voy
ni qué me destroza
y siendo sincera,
tampoco intento recordarlo.
Me disculpo por reír,
por alejarme de quien me dictan ser,
por no ofrecer mi luto
ni vestir de negro.
A veces olvido que estoy herida,
que en cualquier momento
me verán sangrar
y dejo un papel en blanco
como constancia de que pude llegar.
A veces olvido que soy la misma:
la mujer rota, herida, pisoteada
que camina sonriente
completamente consciente
y llena de confianza
soñando con consumir
sus vidas pasadas.
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