Estaba asombrado de lo vacío que iba el vagón de metro. Lógico; la hora punta hacía rato que había pasado. Contemplaba mi reflejo en el cristal. Iba sentado, sujetando la caja entre mis manos, el pelo revuelto, el cuello de la camisa desabrochado y la corbata floja.
Intentaba recordar cómo había llegado a ese punto. Me venían imágenes de la noche anterior. Estaba sentado en un bar bebiendo solo y se acercó una mujer con unos grandes ojos verdes… La noche había empezado en un restaurante, cenando con Paula. Esperaba que la noche terminara en mi cama, pero me equivocaba. En los postres ella me dijo que necesitaba espacio, que debíamos darnos un tiempo… Y así terminó una relación de tres años.
A la mañana siguiente, al despertar, unos ojos negros me miraban fijamente. ¿Cómo había llegado allí? Seguía sin acordarme, pero allí estaba. Cuando reaccioné y miré el reloj de la mesita el corazón se me paró. Eran las diez de la mañana. Hacía una hora que debía estar trabajando.
Salí corriendo, sin decir nada. Ya lo solucionaría. De camino al trabajo pasaban por mi cabeza todas las consecuencias que podía tener aquel retraso. No era la primera vez que llegaba tarde, pero nunca valoré que pudiera ser despedido.
Tenía que dejarme de tanta juerga. Había perdido mi trabajo y a la mujer que amaba en una noche. Era hora empezar de cero.
Cuando entré en casa me sobresalté al ver aquellos ojos negros mirándome desde el sofá. Los había olvidado por completo. Me senté a su lado y el gato negro se sentó en mi regazo ronroneando.
Sigo sin recordar cómo encontré al mimoso gato en esa noche olvidada en mi memoria. Así empezó todo, así empezó una gran amistad.
Muy buen relato Leonor, la intriga se instala enseguida, y ¡qué linda sorpresa al final! Me ha gustado mucho. Un saludo
Gracias Willy. Me alegro que te haya sorprendido. Un saludo 🙂
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