«¿No es el otoño más bonito que has visto?»
El frío nos besa la piel y tu pulgar arrulla mi mejilla. Tantas veces caminé aquel Boulevard y fue hasta hoy que visité este parque sólo porque tus manos me invitaron. No importa qué pidas, mientras lo pidas con las manos: es tuyo si lo reclamas a caricias.
No sé si es el templete, mi corazón o el tiempo, que hoy cuelgan de un acantilado. No sé si es que nadie más habla nuestro idioma en esta ciudad que en cada diálogo nos vuelve intrusos, forasteros de palabras. No sé si es que se marchitó la última rosa que le consagré, una vez más, al amor. No sé si es cómo empuñas esa maldita taza todas las mañanas de oficina y que tanto me tortura el juicio. Sólo déjame probarte que tu palma embona mejor mi cintura que al café. No sé si es cómo peinas todos los rincones con tus dedos, cada que triunfo en ese juego mío de asaltarte carcajadas. Y es que, qué ganas de ser ladrona de lo que sea que venga de esa boca. No sé si es cómo ajustas tus anteojos cada tercer gesto y lo mucho que ha tentado hasta el último de mis nervios. No sé si fue el «te quiero» con el que arropaste la siesta de ayer en el sillón. No sé si es el boleto de avión fechado y el par de semanas de papel que me quedan. No sé qué fue ni mucho menos que será, pero sé que ya no puedo seguir huyendo de lo que tus manos me provocan, orbitando la mesa lejos de mis intenciones secretas, ni escondiéndome bajo el mantel.
«Dime, ¿no es acaso el otoño más bonito que has visto?»
«Sí, pero parte de su magia es que tiene que acabar» respondes, me deshojas un latido más y entiendo, porque no sólo se trata del follaje dorado y este viento tornasol. No sólo se trata de cielos tostados, días castaños, este otoño cobrizo y las hojuelas que mañana cubrirán el pavimento: también se trata de nosotros. Y de verdad entiendo, pero qué ganas de volver a robarte mi nombre en el invierno que procede.
Sólo quiero que no acaben los tangos descalzos a media cocina y los paseos diurnos por el andador de siempre. Quiero enmarcar tu hombro con mi cabeza una vez más en las siestas de autobús. Que no acaben las noches torpes de karaoke y las cenas improvisadas con velas igual de imprevistas. Que no acaben las visitas de tus labios a mi frente febril, ni los chocolates ocultos en mi escritorio. Que me digas otra vez que soy lo que más provoca tu sonrisa entre estas fachadas francesas y bajo este firmamento francófono espolvoreado de estrellas y vocablos ajenos. A veces así se vive el amor: tan irremediable como su despedida, un accidente fugaz contra reloj e incomprensible en su brevedad.
Regálame una tarde más en tu pecho, otra resolana que propale tu perfume en mi cabello. Vuelve a castigar mis labios, vetándolos de lo que tanto les muerde el deseo. Regálame una última canción a orillas de este río abreviado, casi tan corto como este amor que no le alcanzó el tiempo ni para mentir. Regálame al menos tu primer beso bajo la nevisca porque no seré yo quien retoñe la magia en tu mirada. Vive conmigo este otoño hasta que la última hoja caiga.
Qué belleza! Qué celebración del amor. Y de fondo el otoño, que siempre me ha parecido una celebración de la vida. Un saludo.
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Muchas gracias por leer. Un abrazo desde México 🙂
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¡Precioso! Palabras fluidas y hermosas para describir tanto.
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Muchas gracias por el comentario. Me robó una sonrisa. 🙂 Saludos desde México. 🙂
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🙂
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