Esta vez te escribo en prosa, por las intermitencias del verso, por las latencias en nuestro tiempo, por nuestro irreparable pasado, nuestro inevitable presente y nuestro desconocido futuro.
Somos un reloj de arena, grano a grano avanzando, cada vez más cerca de dar la vuelta y comenzar de nuevo, seguir con el angosto espacio entre ambos, sin poder tocarnos, sin poder mirarnos, sin poder pertenecernos. No en alma, no en cuerpo, no en mente, sólo en recuerdos; recuerdos que poco a poco quedarán en una posibilidad ajena, lejana, inimitable. Y sólo nuestra.
Somos un lugar, un horario, un sentimiento disfrazado de caricias, una razón perpetuada en instantes nocturnos y palabras dichas ante la oscuridad del alba. Una tranquilidad martirice, una luz apagada, un insomnio provocado, un camino inesperado y una decisión tomada en dónde quisimos pausar la realidad de nuestros cuerpos; tú huyendo del infierno, yo sobreviviendo en mi invierno.
Y esta vez quise escribirte en prosa, por la simplicidad de las palabras, por la continuidad de las oraciones y el entendimiento inexistente que marcaba la pauta entre el verso y la historia improbable, de los cuerpos prestados y las mentes perdidas. Fuimos un lugar, fuimos un tiempo, seremos un momento, por ratos nos quisimos, por extractos nos amamos y encerrados nos entregamos: Alternos, Esporádicos, Intermitentes.