Con mi camiseta amarilla,
la de “este año es mi año”,
me acompaña mi abuela,
que es más bien mi madre.
Y así las lágrimas que no brotan,
el lamento de todos los días,
cuando me acompaña temprano
a tomar el autobús.
Para ir lejos a estudiar algo,
con la esperanza de otro algo.
El miedo de siempre de no volver.
Noto su preocupación,
porque a mí también me preocupa
que en una de esas, la muerta sea yo.
Cada día cuando vuelvo
y me ve en el marco de la puerta,
el palpitar de las dos
se ordena otra vez.
Preparamos la cena,
la oración que hace siempre,
un beso en la cara,
para dormir una noche más.



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