¡Oh cruenta daga azulada!
Que atraviesas suavemente
la piel del iluso soñador,
viendo frustrada su enloquecida esperanza
de poder atestiguar un amanecer más,
en compañía de tu pulcra y fría hoja.
Dulce dama de acero inoxidable,
sensual en tus curvas y movimientos
con los que más de uno queda hipnotizado
hasta que más pronto que tarde
revelas tus aptitudes mortales
para llevar casi a cualquiera
al filo de la muerte.
Los continuos hilos de sangre
que corren sobre ti
tras haber realizado minuciosamente
cada una de tus diligencias,
no han de mermar tu desempeño
para con tus siguientes víctimas.
Consciente eres de que todas ellas
se presentan ante ti voluntariamente,
deseosas por tratar de cambiar
tu invariable naturaleza,
o quizás con la triste intención
de sentir cualquier cosa
por vez primera,
aún y cuando ello implique
dejarse caer ciegamente
al abismo de la fatalidad.