Tu voz es a mis oídos,
lo que la abeja libadora para el azahar.
Y llega luego, la independencia
gravitatoria, del árbol con su fruto maduro;
que se revienta contra el suelo
o contra una daga, encima de una mesa.
Del color del fuego, es el cadáver
que yace, semi esférico, delante del tronco.
Del color del fuego, es también,
mi mirada cuando te observa y tiembla.
Naranjos y afines, paren frutas en la primavera
y algunas de ellas, me recuerdan a vos.
Como la frescura del pomelo en tu sonrisa, o
el limón perfumado habitando tu piel, tu pelo.
En la mandarina encuentro, en ocasiones,
lo dulce del árbol previo, lo plácido de tu abrazo.
¿Cuántos cítricos decidieron sacrificarse
ante la guadaña y el vaso para morir en tu boca?
Si fuese tan fácil alcanzarte, niña;
también aceptaría ese destino, sobre algún mantel.