Como un pulpo anaranjado, el sol
extendió un tentáculo lumínico
abriendo los párpados de mi ventana;
y por la grieta de metal y vidrio,
se deslizó un gato.
Y el gato, que me miraba fijamente
con el ámbar hipnótico,
con la miel salvaje en los ojos,
con lo amarillo casi naranja del molusco;
no emitía una sola palabra.
Su cuerpo era largo
como una parábola azabache,
que nacía de un árbol o un muro
y moría con patas amortiguadas
en el extremo austral del colchón.
De pronto, la vista se me fundía
en la destreza felina,
en el sigilo congénito;
y la musculatura carbónica,
se delineaba bajo su piel.
Pequeño gato, intrépido forastero,
danzas como la boa que hiende un río;
pero el movimiento, por poco criminal
de tu sincronizada masa, no te pertenece.
Así tampoco estos versos, que seguramente
no hablen de vos.
Tan sólo con la primera estrofa este texto merece la nota máxima.
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Muchísimas gracias Henri! Me alegra que te haya gustado
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Me ha encantado. ¡Enhorabuena! Me ha venido a la mente el reflejo del gato en el espejo. Y luego he pensado en Borges.
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Gracias por tu comentario! Me alegra que te haya gustado!
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Me ha encantado! Tal vez influya un poco mi obsesión por los felinos.
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Muchísimas gracias Zezé!
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