Para el hombre que dejamos morir. A modo de disculpa.
En esta tumba suntuosa
de piedra fría y grisácea,
yace el niño dormido
que siempre fue un niño muerto.
Nacido en abril o marzo,
a calendas o a finales,
lo cierto es que a nadie importa
la verdad del niño muerto.
Intentó vivir (lo hizo)
como esos pobres normales,
y duró así varios años,
entristecido y muriendo.
Amó y quiso, como todos,
y amó al mundo más que nada,
sus pupilas se encendían
con el verde y con el rojo.
Miró al cielo, a las montañas,
miró nubes y mujeres,
pintó paisajes y rostros,
hizo canciones y letras.
Deja como herencia al mundo
unos dos o tres poemas,
un canto, una novela,
y un dolor y una viuda.
Ya no camina, ni ama,
ni da vueltas al espacio,
ni se enamora de estrellas,
ni escribe, ni llora. Nada.
Sus huesos que antes dolían
ahora se vuelven polvo,
y el corazón lastimado
es corazón de la tierra.
Le extrañaremos los vivos
por su infinita tristeza
y por su mirar cansado
de ver tanta gente mala.
Aquí yace, aquí descansa,
aquí llora eternamente.
Aquí muere, aquí no muere.
Aquí duerme el niño muerto.