Miedos trascendentales
pululan en el rincón de la razón,
desgastando el tejido de la cordura
que solloza de dolor al ser rasgado.
Atraen a mil y un demonios,
que se agolpan uno tras otro
para tener una mejor vista
de aquel espectáculo
tan descorazonador.
Finas telarañas se forman
en el lugar donde alguna vez
fueron evocados
fluctuantes destellos
de genialidad.
De ellos solo queda
un tenue brillo
casi enfermizo,
que se niega
a desvanecerse
y caer en el olvido.
Aquella luz pálida,
que insiste tercamente en iluminar
los salones de la mente
que se van vaciando poco a poco,
aún confía en volver a verlos
llenos de vida.
Si es que peca de ingenuidad,
eso solo el tiempo lo dirá.