Me gustaría que vengas a mí,
de a pasos pequeños y constantes.
Como las hormigas.
Esos insectos de cáscara y fuego
peregrinan en las llanuras claras de tus manos,
alcanzando tus labios cuando cae el sol.
Y te rodean,
como si estuvieses hecha de hoja;
y en un ritual, entre fúnebre y alimenticio,
te alzan, guiándote a su nido.
Y ahí desciendes
hacia las entrañas del mundo,
rascando el magma
con los dedos redondos y dormidos de tus pies.
También yo lo haría, mujer.
Con brazos erguidos y firmes levantaría tu peso.
Te conduciría a mi guarida subterránea,
para cuidarte de todo.
Incluso de lo que me supera.
Cómo no imaginar nuestras manos,
fundidas en una tarde de otoño,
entre los árboles y el viento.
Cómo no amaría tu sonrisa
al comenzar cada mañana.
Mujer dormida,
mis manos se multiplican
agarrándote seis veces.
Mujer de fruta,
deja que mi boca de hormiga
encuentre en tus besos la paz.
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