Gritar

Grito.
O al menos creo gritar.
Lo creo porque ya no sé si lo consigo.
No, ya no distingo ningún sonido.

Ya no se escucha,
no se percibe.
Pero yo sigo gritando
fundiéndome con el aire.

No noto vibración en mi garganta.
La noto más profunda, dentro, muy hondo;
la noto en cada músculo, en cada hueso,
en cada uno de los poros de mi piel y en cada hueco.

Sigo intentando gritar
y no entiendo por qué no consigue salir,
por qué nadie lo escucha.
Por qué ese grito se queda en mí.

Pero en mi interior el grito cada vez es más fuerte,
más largo.
A cada segundo aprieta más, y duele,
es más amargo.

Abro fuerte la boca, expando mis pulmones,
encojo los puños, y que el aire me llene.
Intento sacarlo, que alguien me escuche.
Pero no lo consigo, el silencio vuelve.

El grito retrocede, regresando a su origen,
recorre mi tráquea mientras se encoje.
A su paso duele, me quema:
no quiere esconderse, necesitaba salir fuera.

Necesitaba salir, ser escuchado,
y que una mano amiga acudiese a su lado.
Necesitaba ser libre, vaciarse por dentro,
pero cada vez hay más cúmulo y es más negro.

Cada vez cuesta más emitir sonido
y las fuerzas disminuyen,
cada vez el vacío es más grande y frío
y las ganas de intentarlo se diluyen.

Decido desistir,
guardar el grito en mí;
nadie me va a escuchar,
no vale la pena seguir.

Poco a poco el grito irá desapareciendo:
no pudo salir, pero morirá por dentro.
Poco a poco el vacío se reduce,
comienza a ver luz y el negro se desvanece.

Y ese hueco volverá a llenarse, ya no de gritos y miedos,
sino de ilusión y sueños.
Tocará ser fuerte y, aunque la ansiedad vuelva,
seguiré intentando gritar y ganarla a ella.

Silvia Ainar
@sil.swift
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