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La Isa

La Isa hablaba distinto cuando me contaba las historias de su familia. Como con más ganas. Una tarde nos pasamos por la casa de su Tía y entre las dos estuvieron relatando toda una serie de relatos y sinvivires de la genealogía de la Isa. Todo aquello daba para escribir una saga entera de venturas y desventuras.

El abuelo de la Isa había nacido en la provincia de Jujuy, Argentina, en el seno de una familia de zapateros. Pronto aprendió el oficio, y se le daba bastante bien todo lo que era encolar suelas, cortar cuero y hacer unos zuecos de una calidad decente. Pero quiso saber qué había más allá de todo aquello –en parte para vivir sin temerle al Chagas (que es una enfermedad horrible que acampa por allí) y en parte, por mera curiosidad. Así que cuando cumplió la mayoría de edad se fue para Antofagasta. En aquella ciudad santa embarcó en el Moby Dick, el primer mercante que le admitió después de pasarse una semana hablando con todos los capitanes y con todos los mendigos que rondaban por el puerto. El plan del barco era hacer escalas en Concepción, Punta Arenas, Buenos Aires y Montevideo antes de cruzar el Atlántico. Pero en esta última el abuelo se bajó porque su cuerpo no podía más. Parecía que su estómago quería salírsele de la barriga y andar con pies propios. Llegó a decirse que, si entraba a mar abierto metido en las tripas de aquel navío, moriría. Así que no lo hizo.

De nuevo vagabundo, perdiéndose por las avenidas de Montevideo conoció a la abuela, que vendía pescados envueltos en periódicos desde un puesto del Mercado del Mar. A pesar de sus aspectos, se atrajeron mutuamente, y a los meses la abuela de la Isa ya llevaba en el vientre al padre de la Isa, el señor Manuel, que nació en el hospital Pasteur una tarde de lluvia.

El señor Manuel conoció a la madre de Isa en la feria de Almería. La madre de Isa estaba allí porque había conseguido fugarse de sus padres, que vivían en Portugal, para venirse a vivir unos meses con una amiga, una tía o un familiar lejano. Se había hartado del pueblo y de no sé cuántas cosas más. Su historia de primeras no estaba nada clara, porque todavía hablaba portuñol. Pero eso daba igual y no se metieron en más detalles.

Hubo un momento en que intervino la Tía de la Isa para contar su vida. Empezó trabándose y hablando de su juventud en Vallecas y en los cafés de Marrakech y en los arrabales de donde ahora están las torres del tito Floren, y de sus primeros meses compartiendo piso con una chica vasca que a lo mejor era de la ETA. Luego dijo que ella veía un mapa y que quería empezar una vida en cada sitio. Luego dijo: tu madre, Isa, era así de joven, pero luego se amilanó. Eso, o es que estaba contenta al lado de tu padre. A veces les daban arrebatos y se iban, como aquel par de años en que vivieron en Venezuela. Tú no habías nacido, claro, pero tus hermanas ya sí. Allí sí que conocieron el peligro. Tuvieron suficiente y decidieron volver para Jaén para siempre. Fin del trotar. Tus hermanas te habrán contado.

A todo esto, ¿quién era la Isa? Pues bien, la Isa tenía un puesto provisional como gerente de las Oficinas de la Universidad, pero antes había vivido un par de años en Lublin. Si le preguntabas a la Isa que qué había hecho en Lublin decía: estudiar y andar. Y añadía: quise aprender polaco, pero no pude. Quise visitar Silesia, Varsovia y Bratislava, pero no pude. No daba muchos más detalles, solo cosas extremadamente precisas. Además de todo esto, ¿qué es ella? ¿Bióloga? ¿Genetista? ¿Veterinaria? ¿Profesora? Nunca lo he llegado a saber.

La Isa me contaba muchas veces que ella quería irse a Sudamérica, es decir, al Cono Sur, y descubrir a toda la rama de parientes que su padre había dejado por allí suelta. Por lo visto, su historia no era exactamente tal y como la había contado hacía un rato, porque había varios datos que bailaban. Y ella quería descubrirlos. Su padre se había ido de Uruguay para venirse a trabajar en un cortijo de Baena. Cuando era la época rulaba por las ferias con un puesto, y a la vez, muy despacito, iba estudiando las oposiciones para una serie de puestos que sacaba la Diputación para legisladores del Sistema Educativo Andaluz. 

Al igual que su padre, la Isa quería estudiarse primero unas oposiciones. O ver primero en qué consiste estudiarse unas oposiciones. Y luego ya decidir. Porque el curro en la Universidad no era fijo. Para nada. 

Aquella tarde de invierno, cuando terminaron de contarse todas las historias y ya no quedaba más café, seguimos hablando de cosas mundanas hasta que nos cansamos. La Tía nos habló de su trabajo, y aunque dijo mucho, salí de allí sin saber en qué consistía. Contó, eso sí, que en los sótanos de oficina guardan aún máquinas gigantescas de madera con las que antes se hacían los mapas en relieve. Que la sala donde las guardaban era enorme y estaba siempre cerrada y con la luz apagada, y que se oía agua cayendo. E incluso ratas.

Cuando se hizo la hora cogimos el Renault, nos despedimos de la Tía y llevamos a los sobrinos de la Isa de vuelta con sus padres. Luego, nos dimos una vuelta, y mientras esperábamos a que mi hermana llegase de Córdoba, nos tomamos una caña en el bar de la estación. Desde el otro lado de la barra un espejo distorsionaba nuestra imagen, y quien nos hubiese visto en el reflejo habría dicho parecéis otros. Pero no, seguíamos siendo los mismos. Solo que para entonces yo ya no vivía en Jaén, y en la vida de Isa se habían dado algunos cambios. Nada más.

Rodrigo Santos
@rodrigoelsantos
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Una respuesta a “La Isa”

  1. Una historia que casi suena fantástica, de no ser que los uruguayos tenemos ancestros de varios países de Europa y, como si fuera poco, muchos de mi generación tomaron su pasaporte y se fueron a vivir/estudiar/trabajar allá. Un continuum de migrantes con orígenes que se pierden en la memoria de los tiempos. Gracias, Rodrigo, por escribir así, me encanta ver este espejo.

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