Beber el mar con los ojos cerrados
es hablar del anhelo en voz muy alta.
No hay siempre hilos que trepen a ciegas el agua
ni es lotófago el sabor de no sabernos más.
En la vana ucronía de esperar
hemos plantado un árbol.
Un día, será remo,
y dejará en las ondas el rastro astillado
de todo el occidente.
Y mientras, aún hierve el café del mediodía
y las bolsas se amontonan en algún cajón,
y el tráfico en su aullido matinal
no recuerda la ceguera de Homero.
—¿Qué es lo que tú buscas?
—Ser héroe o ser cerdo.
Vagar sin horizonte conocido
y nunca ser el mismo en cada puerto.
Ser un preso en la isla de Calipso
y aprender a ser nadie
para guardar en mí todos los nombres.
Yo no te compadezco en absoluto:
sobre una balsa de versos, la astucia
se confunde con la hiel del telar,
y el arco son añicos de memoria
con la frente poblada de silencio.
Dime, ¿de verdad quieres regresar?
Pero yo no. Yo no quiero ser una heroína,
y, aun así, vuelvo. Sólo deseo
una Ítaca más mundana; mirar la playa
desde arriba, robarle al mar los huecos
de nostalgia condensada en la sal,
y habitar los recodos de tu voz.
Escribir sobre ti, y
hablar sobre el anhelo en voz muy alta
para saber abrir los ojos;
hoy sí he recordado
la ceguera de Homero.
He regresado, ¿ya soy Odisea?
Silvia Gutiérrez Martín
@rea_silvia_
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