Malherido, camino y camino sin ninguna garantía, pero mantengo la esperanza de llegarlo a encontrar. Uno solo, nada más, solo aquel que un día juré guardar dentro de mí. Con mi piel despellejada y mi coco descocado, a mí aorta le dio la venada. El Sol me cegaba, pero mis pupilas le hacían ojitos y a ver quién es el listo que dice no a su instinto. Yo miraba al Sol, él me cegaba más y así era más difícil de encontrar. Pero servidor era de esos que al errar quedaban presos en su propia terquedad. Yo era de esos que para sacar un clavo usan otro exactamente igual. ¡La cefalea se palia de una hostia en la cabeza, y si duele, otra más!
A poco estuvo el Sol de frenar mi ambición cuando dijo mi boca con lengua viperina que no tenía huevos. Pero a mi hombría no le salió de los cojones eso de rendirse, mi actitud no era de agrado para el gran astro, por lo que ordenó a su sierva Desidia afilar sus tormentosas puyas de viento hasta extremar el polvo del desierto. Joder, qué cobarde es su merced, ya ni se digna a descender a sus desiertos de sal. Tan rey es él que ni se atreve a someter a un último kurdo, que ha resultado ser más duro de lo que parecía ser. Se conoce que al saberse resabiada su sierva Desidia disparó cansada con la certeza encuerada de quien puede y le faltan ganas. Ella vestía la piel que me iba arrancando tajo a tajo y su arena a metralla me desnudó casi tan rápido como la también salada dama por quien juré encontrar lo que nunca perdí y ahora buscaba.
Un súbito suspiro de vientos inciertos no es un soplo de aire fresco si es en medio del desierto; la raíz de la tormenta radicaba en rendir cuentas y que el astro riera al rendirme a su recreo. La piel voló sangrando unas heridas descosidas que me sometían a ese suelo de salada arenisca so peso de soberbia sísmica. Yo mientras caía mordiendo el polvo de sal. El Viento esclavo del gran astro agitaba las dunas de la duda. Y la salazón del desierto pellizcaba cada llaga de mi desnudo cuerpo aún guiado por aquel anhelo. Tortuoso deseo entre el escozor de un cuerpo en carne viva.
Esperanza en la balanza
¿Más o menos que un grano de arena?
¿Más o menos que un grano de sal?
¿Más o menos que una pluma gastada?
¿Mas cómo saber si Osiris es de fiar?
Yo lloraba, yo sangraba, yo era lapidado por una sal lanzada como guijarros.
Y dije No puedo más,
lloré una última lágrima mortal.
quedó disuelta entre tanta sal.
muerto, mi lengua dejó ir al aliento.
ella, amante del cielo, tocó suelo.
en ese roce final entre duna y paladar,
distinguí el único grano de azúcar
que durante años guió mi busca
por los desiertos de sal.
Poeta de luna
@poeta.de.luna
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