4 minutos

El último beso de Samuel

Joel: Dime dónde estás por
favor. No hagas esto.
6:34am

Joel: 🤔
6:34am

                                              Joel: ¿La playa?
6:34am

Joel: ¿Samuel?
6:35am

Sabía que le llegaba un mensaje —aún con los ojos cerrados—. Le gustaba mantener su celular en silencio. No sabía cómo admitirle a Joel lo que iba a hacer. No tenía que verificar su celular para saber que era él. Pensó en escribirle un “Sí, estoy en la playa… ven”. ¿Cambiaría algo? Tal vez. No era una admisión, pero sí una contestación que lo tranquilizaría. Lo dejaría en paz por fin. Al menos hasta que pudiera terminar. Notó que ya comenzaba a tener frío de manera distinta. La noche se hacía madrugada.

Joel: Solo t voy a admitir una cosa.
No me gusta esto. Me puedes ignorar
todo lo que quieras, pero no cambiará
nada. Ya contéstame, por favor. No
he podido dormir.
6:41am

Cuando abrió los ojos notó, en efecto, el leve cambio. El cielo tan ausente en la noche ahora le recordaba al color de las sábanas de la cama de Joel. Un azul sin ser un azul total todavía. Pensar en su cama lo hizo pensar en pararse y regresar. Tenía tiempo. Podía hacerlo, aún cuando le molestaba el destello que percibía con su ojo izquierdo. El celular volvía a encenderse entre la arena, y aunque silente, aquella luz parecía estar al unísono con la muerte de las olas. ¿Por qué a Joel no le bastó aquella despedida? ¿Fue demasiada fría? ¿Es demasiado frío dejar una carta sobre el sudor del polvo? Extrañaba vivir como antes. Sabía que Joel no lo entendería.

Joel: Esa letra ni siquiera parece tuya.
No entiendo nada. Sobre lo de Italia.
Sobre lo del supuesto Adelfo. Nada!!!
6:49am

Joel: Si estabas con otro solo tenías
que decirlo no inventarte una historia
completa para luego desaparecer.
6:50am

Joel: Puerto Rico es pequeño, ¿sabes?
Sabré la verdad aunq no me lo admitas.
Alguien me dirá.
6:50am

“Falta poco Joel, falta poco”. Era algo que se repetía y se repetía porque no podía darse el lujo de otro pensamiento. Sintió la arena entre sus manos cuando se apoyó en ella para ponerse en pie. Quiso recordar cuando… pero esa sensación de desprendimiento, esa sensación áspera también se iría, ¿no? ¿Para qué guardarlo? Luego comenzó a quitarse la camisa. El frío lo ayudó a dudar, pero siguió. No había vuelta atrás. Ahora no. No con el viento ya avanzado hacia otro rumbo. Era el mismo viento que le hacía cosquillas a sus muslos mientras se quitaba también la ropa interior. Notó la hora cuando dejó sus zapatos y sus medias cerca del celular. “Poco, muy poco” se dijo. Otro mensaje de Joel —tal vez el último— apareció en la pantalla. Se apartó de allí para no leerlo. Sintió por última vez el frío del mar entre sus pies.

Joel: Iré a nuestra playa aunque ya no
estés allí. Carajo Samuel… Te amo.
6:54am

La mano de Joel aguantó la ropa de Samuel con tanta fuerza que solo bastaron tres segundos para poder comprender lo que veía. El sol ya bañaba las cenizas que nadaban un poco a lo lejos, y que reposaban sobre la arena un poco más cerca. La ropa olía tanto a Samuel, mucho más que las cenizas que también caían como del cielo. Si Joel hubiera llegado antes lo hubiera visto todo: la piel de Samuel resplandeciendo en rojo, como si de su cuerpo emanara un segundo sol. Otro sol que nacía como consecuencia del lucero que bañaba aquellas olas mientras le entregaba a Samuel su muerte en fuego. Aunque allí había rastros de su última existencia, Joel prefirió dudar. Dudar todo. Le sería más fácil pensar que Samuel aún existía, que esta escena tan surreal ante sus ojos era todo un invento suyo. Lo que no podía aguantar era el dolor. Uno doble. Aquel que en su pecho sentía al saber que Samuel nunca leyó sus mensajes, y aquel otro dolor que percibía en su cuello —en el lugar del último beso de Samuel— como si el ardor del maldito sol ya no le fuera suficiente.

Irving Saúl
irvingsaul.com
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