Mi papá es mi abuelo,
mi abuela es mi abuela,
los dos están viejitos.
Usamos los 3 el diminutivo
para no decir esa palabra tan fea: viejo.
En mi tierra nos gusta el diminutivo
para hacer leves las cosas grandes,
las cosas importantes,
las vainas destructivas.
Por eso,
a mis orgasmos y a los de mis hermanas
los llaman la muerte chiquita,
como si no fuera nada que cada noche
solas destruyamos el mundo
sin pararnos de la cama.
Solo Dios no se disminuye,
salvo cuando no quieres que te escuche
Ay diosito, eta muchacha err diablo me tiene jarrrta.
Arrasamos, pero cada mañana, cuando sale el sol
mi papá sigue siendo mi abuelo,
mi abuela aún es mi abuela.
Mis viejitos aún esperan la muerte,
la grande
(la chiquita mis mujeres no la conocen).
Mi abuela sabe que le vendrá la hora
tarde o temprano.
Mi mamá me escupe en la cara
porque lo sé y aún no he ido a abrazarla
por si se la llevan antes de tiempo
los ángeles que le hablan a la doña
cuando tiene fiebre viendo la misa.
Mi papá quiere que venga ya su hora,
que no tarde, que sea temprano.
Mi hermana me escupe en los ojos
por verlo y no hacer nada.
A todos les caigo un poquito bastante mal
porque prefiero vendarme los ojos
con un futuro sin colores
por no querer ir a tragar
mil dolores ajenos
que pa’mi nunca serán chiquitos.

Sabrina Feliz
justlittlerandomwritings
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