Una vez allí ya no importaba el delito, no eras un número, allí nadie sabía contar o nadie lo necesitaba, no estaba allí para eso, cuando llegas a este punto solo hay una cosa que puedas hacer, remar.
Remar hasta que te olvides de que estás remando, hasta que te lo recuerde la sal en la cara o el sonido de una gaviota que no aciertas a saber si se ríe de ti o llora contigo, pero que tampoco importa, porque ni siquiera la ves, agacha la mirada y rema.
Lo bueno es que te acostumbras tarde o temprano, a que nunca sea ni tarde ni temprano, te acostumbras a que duela hasta que no duele y ahí empieza a doler lo otro, lo que no haces, porque empiezas a pensar mientras remas en lugar de remar.
Y lo malo de pensar, cuando pensar es lo único que puedes hacer, es que al final acabas acertando, y lo malo de sudar por el calor, el esfuerzo o todo lo demás, es que mientras sudas no sabes si estás llorando. Y es ahí cuando te ríes.
Porque joder, tiene gracia que decenas de desgraciados sin rumbo alguno se pongan de acuerdo en un único rumbo con la única condena de viajar perfectamente coordinados de un lado al otro del mundo sin moverse un solo centímetro del asiento al que están encadenados.
Porque hacer algo de por vida es no hacer nada en absoluto y viajar de un lado al otro es quedarte quieto para siempre, o eso piensas mientras remas, justo antes de ponerte a remar, condenado a galeras.

Daniel Cruz
@danonone94
Leer sus escritos