Aquel pez que dejaste entre mis lágrimas
tenía hambre de visiones
ojalá aún pudiera verte.
Ojalá aún tuviera
la memoria de tus besos en mi lengua,
no tuve opción:
la jaula ósea quebrantó ante la furia
no quería matar al pez.
Con tu último regalo transito:
de dos paredes, cada oreja,
de un techo, la punta del pelo,
de una pared, la punta de mi rostro,
un solo piso circulándome el cuello,
de una pared, la nuca…
Tremenda pecera este infierno de cristal que respiro.

Irving Saúl
irvingsaul.com
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