Amanece, pero sin voz.
La ciudad. El mundo. La calle.
Abandono mi fe entre las sábanas.
Mis huesos de leche.
La existencia compungida de nuestros cuerpos de árbol,
cuando los devora el sol.
Desde la intemperie, puedo verme en pie.
Yo a dos palmos de la noche.
Yo, en la oquedad de tus ojos
horadados en la roca. El tiempo
funambulesco, sobre las marcas del agua
en mi piel.
Ese tiempo que ya no podemos permitirnos
cuando avanzamos a solas, predeterminados,
por esta vereda de niños muertos.

Maribel Hernández
maribelhernandez.es
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