Petroglifos

Les prometo que al final de esta historia no van a entender nada. La ausencia de lógica era parte del problema inicial, porque ni el mismo Xavier pudo entenderlo cuando le pasó lo que le pasó. El primer día fue el día de la exploración. El descubrimiento arqueológico fue hallado por una de sus estudiantes. Según el correo electrónico (y la foto) pudo percibir lo que parecían auténticos petroglifos taínos tallados sobre una piedra al borde de un río. Los taínos solían tallar imágenes antropomórficas… aunque nada de lo que se percibía en las fotos daba indicios de ello. Eso lo asustaba bastante. Ante sus ojos había una foto de una piedra. Certero. Sobre la piedra había una serie de petroglifos. Certero. Los petroglifos tallados recreaban la imagen de un barco, un celular, un río y… todo entremezclado entre las usuales tallas de cuerpos ovoides y semi-rectangulares. Incierto, muy incierto. Xavier solo pensaba en vandalismo. El correo electrónico leía: Verificado. La datación concuerda. Todos los petroglifos fueron creados al mismo tiempo. ¿Podrías pasar el lunes? Nos estamos volviendo locas aquí.

No podía creer en ello. Sabía de otras situaciones similares en otras partes del mundo, pero Xavier no era ese tipo de personas. Era del tipo de personas que se decía a sí mismo que saber que algo existe no da por cierto su existencia. En parte, porque saber algo —para él— era tener conocimiento sobre una cosa. En cambio, dar por cierto algo era distinto. Esto último requería —según él— un segundo grado de conocimiento sobre una cosa. En el primer plano: el conocimiento de que la cosa existe, y en el segundo, el conocimiento de que se conoce sobre su existencia. Su mamá le decía que debió estudiar filosofía y, aunque tomó uno que otro curso, en realidad no le apasionaba tanto. Pensaba que se quedaría sin poder llegar al segundo plano de conocimiento y se quedaría viviendo sin saber nada en lo absoluto.

Cuando el lunes llegó lo vio todo. Ya sabía que existían, y peor aún, sabía que existían y que era cierto. Esto le causó mucha más molestia de lo que pensó, mucho más que los mosquitos y la humedad. La piedra estaba al borde de un río. Era una piedra alta, la segunda de las dos piedras por donde pasaba la pequeña cascada. La otra piedra al otro lado estaba intacta. Verificó la información de sus estudiantes y todo estaba bien. Ellas tenían razón. Tanto el diseño del barco como el del río y el del celular habían sido dibujados a la par con los demás hace siglos. Tal vez el barco y el río tenían su lógica, después de todo no era un barco moderno. La imagen podía interpretarse como una carabela española, perfecta en sus dimensiones —lo cual sí era extraño— pero no lo pensó tan inusual. El dibujo del río… ni siquiera quiso entrar en detalles. Toda su atención estaba en el celular. Miraba la piedra con atención buscando algún rastro de ilusión óptica. Algo así como alguna talla sobrepuesta que pudiera —con el pasar del tiempo— darle a la piedra la forma de un celular moderno. Era inútil. No había forma alguna de que el tiempo pudiera recrear tal cosa, y lo sabía. El diseño era rectangular, y adentro contenía una serie de cuadrados tallados a la perfección. Dentro de los cuadrados había otras figuras: una parecía una gran “F”, otra parecía una cámara fotográfica, un fantasma, otro celular, una carta, un pajarito… quiso continuar enumerando las otras en su mente, pero decidió parar. Aún no tenía sentido alguno la posibilidad de tal hallazgo.

—Profe… ¿qué hacemos con esto? ¿Lo enviamos a la prensa?
—No. Aún no, y tal vez nunca.
—Pero profe—
—Vamos a dejarlo aquí por hoy y mañana seguimos, ¿sí?

Nadie se opuso.

Al día siguiente fue solo. Bastó con escribirle un correo electrónico a sus estudiantes en la noche y convencerles en retomar las labores el miércoles. Así podía estar a solas con la piedra, incluso destruirla si era necesario. Nada ni nadie se lo impedía y era preciso lo que pensó hacer. Entonces, caminó hasta la piedra y la mujer semi-desnuda lo miró casi con el mismo rostro de asombro. Tomó solo tres parpadeos. Comenzó a correr.

Por un instinto que no comprendió, Xavier la persiguió. Al pisar el río sintió ganas de vomitar, pero continúo. Eso sí le pareció extraño. Le gritaba a la mujer para que se detuviera. Ella le regresaba el grito. No la comprendía. Era una mezcla de sensaciones lo que hacía su voz inaudita: el choque de las ramas con su rostro, el choque de las hojas con su cuerpo, el choque de sus manos con el suelo.

¿Suelo? Sin saber cómo: gateaba.

Sintió que se estaba achicando mientras corría, pero ahora sabía que era cierto. Miraba con espanto sus manos hacerse más y más pequeñas, poniendo una y después la otra. Piedras. Lodo. Hormigas. Hojas muertas. Pies descalzos. Alzó la mirada con lentitud. Era ella.

Ahora parecía una mujer gigante que extendía sus manos para cogerlo. En su mente todo pasaba tan rápido que no se percató de que su ropa se había quedado atrás mientras él se encogía. Cargado por ella y puesto sobre su hombro izquierdo, lo notó: notó su camisa, su ropa interior saliéndose por el pantalón, sus zapatos y medias. Devolvió la mirada hacia el frente notando cada vez más el verdor desaparecer. Entonces, volvió a mirar hacia atrás cuando escuchó otro sonido, uno más familiar. Ahí estaba. ¿Cómo no pudo verlo desde un principio? Su celular sonaba. Sonaba muy opaco, como si ya no fuera de este mundo. Podía verlo salirse del bolsillo de su pantalón. ¿Era el mismo de la piedra? Certero. Muy certero. La mujer parecía no importarle el sonido, sino algo más. Algo que la detuvo en seco y que la hizo retroceder dos o tres pasos. Xavier no quería ver. Sentía el sonido del mar al otro lado, pero no quería ver porque sabía. Conocía de la existencia de aquello sin saberlo. Lo que no entendía era cómo lo supo sin verlo, hasta que fue muy tarde. El sonido del mar murió.

Solo entonces, cuando las vio aterrizar en tierra, comenzó a llorar. Se dedicó toda su segunda vida a dibujar sobre las piedras.

Irving Saúl
irvingsaul.com
Leer sus escritos

Publicado por Letras & Poesía

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