Hoy el trascurso del día ha tenido el sabor de una despedida verdosa, a esa sensación que se tiene cuando se despegan los ojos por última vez del mar. A esa mirada última, definitiva. Algo sacro que se te escapa del cuerpo y sientes los segundos eternos alejándose, deteniendo el tiempo de agosto con las fuerzas de un animal esquivo y nocturno.
Ya sé qué es eso que se trepa lento y felino por mis piernas
hasta procurarse en mi cuello explosivo
-seres tintineantes de polvo de azul de cosmos que se esparcen por la luz desierta
y que, juguetones, exploran los pensamientos- :
es la tristeza de irse.
De alejarse de lo próximamente conocido,
del sabor de las olas rompiéndose en la cara
la melancolía del sonido de un tren
el olor lejano a caca mojada con el esplendor de la humedad
explosiones de escarcha sobre las manos
y una pelota vieja rodando por la pampa
-viento sol atardecer eterno-
que se desplaza para siempre, decidida,
y se va lejos,
lejos
lejos.

Andrea Crigna
@ukis_crigna
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