5 minutos

Oh, we are not racists (but we are)

—Oh, I am not a racist, but you know…

¿You are not a racist? ¿Que no eres racista?” pensé en silencio. Me costó no reírme en su cara. Mis amigas me contaron que algunos chicos usan un truco para no mirarles las tetas, que consiste en ponerse las manos entrelazadas frente a los labios; probé el mismo método con éxito para evitar soltar una evidente carcajada en una conversación que no era para nada divertida ¿Quién me manda a venir a sus reuniones con los amigos? Agradecí en esos momentos mi timidez, porque a nadie le extrañaba que no dijese nada, pese a la evidente sensación de miradas que recorrían mi perfil inmóvil. Ni siquiera a él le parecía curioso, estaba demasiado centrado en su monólogo sobre los migrantes ilegales en Europa.

En parte podía ser cierto que no lo era, era un buen ejemplo tenerme a mi por novia: una morenaza del Caribe con unas curvas peligrosas, piel de caoba y una mata de pelo rizado justo hoy (aunque es verdad que no me había dado tiempo de ir al salón antes de venir al bar, con lo que le encantaban mis rizos asesinados con aire caliente). Él me mostraba a mí y a sus otros amigos de diversos países como estandartes de su multiculturalidad, separándose en nuestra unión de una familia a la que tildaba de racistas de mierda; eso me había quedado claro aquella tarde que pensaba que nos habíamos encontrado a su abuela franquista paseando y me tiró del brazo para cambiar de acera o aquella noche que su padre me preguntó si yo era “la puta con la que me acostaba en su cama cuando él no estaba”. Las pocas reuniones familiares en que reunió el coraje para invitarme (insistiendo un poco bastante en que no tenía que venir si no me apetecía) parecían un carnaval en Venecia, donde competíamos por ver quién mantenía mejor la máscara de buena educación y el conjunto más emperifollado en su sencillez.

Yo sabía que el veneno familiar estaba diluido en las venas de mi novio y salía disparado en frases que siempre llevaban la pantallita protectora de “pero si es broma cariño, ya sabes que no soy racista”. Chirriaba por ejemplo esa frase tan «graciosa», en que marcaba las z que no podría pronunciar, enseñándome a decir “azúcar” en vez de “asúcar” y “zapato” en vez de “sapato”, como le enseñas a un niño chiquito que está aprendiendo a hablar, su condescendencia me daba un asco a veces… Me reprendía amablemente por no pronunciar aunque él me sabía perfectamente capaz (la z española es idéntica a la Th inglesa, sonido que yo dominaba sin dificultad desde los ocho años).

Tampoco me hacía reír aquel chiste tan lindo de que nuestros hijos aprenderían español correcto, no el dominicano que hablaba yo, como si fuese un idioma desconocido. Aunque ganas no me faltaban de replicarle con ira, me mordía la lengua y sonreía. Yo personalmente me había encargado de reprimir mis expresiones porque sentía que nadie me entendía al hablar. Me había acostumbrado a un español neutro, tipo documental del Animal Planet, tanto que cuando me pedían que hablase con mi acento porque era “lo natural”, me parecía totalmente fruto del artificio si no era con gente de mi tierra y me negaba. Aparte, las pocas veces que mi novio y yo coincidimos cuando hablaba con mis padres, él sacaba el celular y le mandaba un audio con mi conversación a nuestras amigas, preguntándoles si se habían enterado de algo. Sentía que mi variante era una performance callejera y me dio tanta vergüenza que reprimí con él todos los “carajos” y “mamagüevazo”. Eso lo tenía guardadito en mi repertorio para cuando me hartase y quisiera tirar la toalla.

¿Quiero tirar la toalla? Sí ¿Lo haré? No, porque al final yo también soy racista. Pienso en mi madre y las ganas que tiene de un nieto clarito, con una piel más leche con café que café con leche, con ojitos azules y pelo rubito. Este chico blanco aunque de pelo negro encaja perfectamente en un final feliz instagrameable. Hay todavía ventajas y sus comentarios de mierda todavía pueden pasarse por gracietas…

—¿Amor?
—¿Eh? Sí, perdona, estaba distraída.
—Ya veo ya, jajaja ¿Cómo se decía prejuicio en inglés?
—Prejudice
—Gracias, eres la mejor, muah. Yes, because prejudices are very bad and…

Siguió hablando hasta las 11, cuando ya estábamos todos muy cansados. Nos separamos en la puerta. Sus amigos viven en la punta opuesta de la ciudad. Me acompaña a casa; los dos sabemos que no es por seguridad, sino para besarnos en el portal un rato antes de que él tenga que irse a casa, así saca un poco el calentón que le produjo la cerveza. Su mano me acaricia el hombro y juega con el tirante de mi sujetador, dando tirones estridentes cuando nadie nos mira. En un momento dado me dice:

—Este Tim, diciéndome que soy racista, si mira la novia tan guapa que tengo ¿Cómo voy a ser yo racista?
—Bueno mi amor, la verdad es que un poco racista sí que eres.
Se hace un silencio sepulcral. Solo se escuchan mis tacones, el grito de mis pies y nuestras respiraciones. Me mira a los ojos ligeramente dolido y justo antes de que me monte una escenita de las suyas le contesto:
—Ay pero si es broma amor mío, jajaja, ya sé que no eres racista —le contesto dándole un beso profundo, esforzándome por mezclar en su aliento un poco de olvido.

Sabrina Feliz
justlittlerandomwritings
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Una respuesta a “Oh, we are not racists (but we are)”

  1. Una maravilla de relato.

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