2 minutos

Balbuceos de tartamudo


Allá donde el ritmo balbuceaba libertad
por los ríos de plata y bronce que jamás yo superé,
ni tan siquiera los anduve recto y frío o con desdén.

Sobre el corcel de hierro verde,
aquel Rocino que llamaban
en Navarra Villavesa, en la Castilla Rocinante.

Tus artes más oscuras, magias negras que conjuras,
¡dónde callaste mi grito, dónde dejaste mi piel!
¡dónde las gotas de agua púrpura!
¡dónde el arcángel San Gabriel!

Con tu dulce que es de leche,
con tus piernas, tus maneras
y tus luces de neón.

Quizá donde derramaste tu primer chorro de voz,
quizá donde escondiste los arañazos de la luna,
quizá en la medianoche de perseidas
o tal vez en la nit de Sant Joan.

Tu cuerpo dejó indeleble una huella de hielo
y bruma, de sal y aceite, de mano de santo, aguardiente o tal vez de vino blanco.

No sé si lo entendí,
no sé si lo entendiste,
tal vez no sea de los que piensan,
sino más bien de los que sienten.

Sobre el pecado reposaba el rojizo filo de la tizona,
sobre el sobre del que sabe que no sabe que sí sabe
los agrios mandamientos del sabio tartamudo.

Ponzoñosa necesidad de la gracia del elocuente,
cuánta charlatanería hay en el rezo de un mudo,
qué se esconde tras las letras de Garcilaso,
qué hay del capitán de dientes sudorosos.

Recitaba entredientes unos versos de Rabindranath,
pidiendo conocer tus fantasmas…
¡Créeme si digo la verdad!

Pero miente si la exagero,
que eso que arde por dentro
es poco más que un balbuceo.
Pues la mitad de lo que digo
no es ni un tercio de lo que siento.

Poeta de luna
@poeta.de.luna
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