Que no me quiten las miradas cómplices,
ni mis manos encontrando las tuyas sin haberlas buscado.
Que no me roben las sonrisas a medias,
ni los besos fugaces.
Tampoco el aire que me grita que estoy viviendo,
ni la muerte que me empuja a relamer cada instante.
Que perduren los gestos que huelen a casa;
y los recuerdos que me abren sus brazos.
Que no me quiten el mar,
ni la luna menguante reflejada en tus ojos;
la hierba verde o el olor de tu pelo.
Ni mi piel de gallina enfrentada a un susurro.
Que no me abandone nunca la idea incesante de seguir caminando.
De escuchar las respuestas en el silencio.
De ordenar todo el ruido para crear mi camino.
De soñarte tan fuerte que me duela la noche.
Que no me despojen de tu espalda desnuda en la penumbra,
de la lluvia incansable en la ventana,
de tus dedos rebeldes que no piden permiso.
Que no me arranquen nunca del calor de mis padres.
Por favor, pido, que mis abuelos me guíen.
Que mis amigos descubran el color a mi lado,
y que mi hermana sonría valiente a sus miedos.
Que me devuelvan los versos que algún día se fueron.
Los poemas robados a la luz de tus ojos.
Las caricias discretas, los mordiscos al aire…
Que devuelvan con calma cada día perdido.
Que me quiten la vida, que yo me dejo.
Pero que esperen un rato a que la haya vivido.
Irene Chiquero
@nenescritos
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