Visitamos la sórdida belleza
de la geometría urbana,
ante la luciérnaga bermellón
nos detienen los pasos:
uno, dos, tres ‒de buen fanático impulso
al alquitrán vasto me arrojaba‒.
Mas conservo piel y cuerpo sanguineamente
dilatado, extensa lengua de fuego
que abrasa las cavidades
en las que duerme la palabra:
¡pirómana es, pirómana la ansiedad!
Huele a ceniza la boca y la garganta
se angustia, ahogada, por el anzuelo:
traición de la libertad… no,
traicionada libertad.
Pide el dragón de mi corazón
un encierro,
un cuarto estrecho,
una intimidad gozosa
en la que no me vean los gestos,
nada de cara, no dolor,
tampoco estrés violento
y pánico inútil, sino ausencia,
de mí, protegida, de la multitud:
esa sociedad del deber.

Miriam González
@mer_adonai
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