Humea la taza. Como firuletes. El único gusto que me doy por las mañanas. Los primeros lunes de cada mes. Venir a este bar y pedir que me sirvan un té de Ceylán. Con leche caliente y magdalenas.
No puedo permitirme más que esto. Con mi jubilación apenas me alcanza para vivir. Y este gusto que me doy me resulta caro. Pero algo tengo que tener. No fumo, no bebo, ni pensar de otras cosas.
Tal vez tendría que haber seguido trabajando, y no apurarme a jubilarme tan pronto. Fue un decreto muy ventajoso, ofrecían el oro y el moro para el que se jubilase con incentivos. Pero la plata que me dieron se la llevó toda aquella deuda de la que… mejor, ni hablar.
Voy a tratar de pensar en otra cosa.
Mi taza. Voy a dejar que se enfríe un poco para el primer sorbo. El humo de la taza. A través del vapor, miro a la gente que se desplaza afuera.
Qué cosa curiosa, siempre me llama la atención ese joven de azul. Puntualidad inglesa, hasta empecé a verificar mi reloj cuando lo veo pasar. Las nueve menos siete minutos. Siempre igual. Muy prolijo, vestido a la moda, parece importante lo que hace. Vestido como debe ser, entre todo ese mar de desquiciados que llenan las calles.
Seguro que toma su regia taza de té en el salón de la otra confitería. No como esta esquina. Seguro que todas se detienen a mirarlo. No como a mí. Seguro que nació con una estrella. No como yo.
¡Dios mío! ¿Qué hice yo para merecer estar tan solo toda mi vida? ¿Por qué algunos nacen con una estrella y otros nacemos estrellados?
Fabio Descalzi
blogdefabio.com
Leer sus escritos
Es increíble como logras deducir los pensamientos de la persona que posiblemente lo atormentan minuto a minuto mientras se toma su té.
Fantástico.
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