Cuando dejé de buscarte,
Felicidad, te encontré.
No me preguntes por qué…
¿Qué sé yo? Más vale tarde
que jamás. Te quise ver
con el iris de mis manos,
aprehenderte la cintura
con mis ojos. No entendí
que, invisible e intangible,
te ofrecías ante mí,
en racimos de delicias,
tan efímeras y eternas
como el grana de la aurora,
como garúa de estrellas,
que solo el viento desvela
tus nómadas serendipias.
Y ahora sí, no te pretendo
y así te hallo, en las motas
de polvo que suspendidas
y embebidas en un halo
de luz cruzan la persiana,
con su hipnótico danzar
y, delicadas, naufragan
sobre tu espalda desnuda,
la suave espina dorsal
que acaricio en la mañana.
Ahora te ubico, tendida
sobre la hierba crecida
a la sombra expeditiva
de los sauces y en el nido
de tu ombligo mi cabeza
poso y observo una nube,
algodón que se parece,
por momentos a tu risa,
algo más tarde a tus besos,
y, finalmente, al recuerdo
de tus pupilas, espejos,
Felicidad, donde anhelo,
en cada lugar del tiempo,
reflejarme una vez más.
Antonio Ríos
@antoniorios.poesia
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