poesia sobre hermanas ancianas abuelas fabio descalzi
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Hermanas muy ancianas

Hortensia y sus tres hermanas vivían en un apartamento de interiores, a la vuelta de la panadería. En esa época no había ningún colegio en esa cuadra, era un barrio muy tranquilo. Las vecinas se reunían a charlar en la vereda mientras alguna barría; Maruja se quejaba de lo cara que estaba el agua, ella que lavaba tanta ropa para afuera; Clotilde se quejaba de los políticos de turno, ella que era una ciudadana tan correcta y no se podía aguantar todo eso; la italiana de enfrente se quejaba de los loros que le comían los tomates en la quinta y de los mocosos que se los querían robar; y Hortensia comentaba que Otilia se agarraba cada tanto un ataque de presión por los celos.

Todas las mañanas eran así. Transcurrían sin novedad. Al llegar los fines de semana, Hortensia iba de visita a lo de Maura, a ese caserón lleno de muebles tan pesados como oscuros. El club de las viejas solitarias entraba en sesión plenaria. Selene traía algún chimento de su último viaje a Buenos Aires, pero la novelería pronto se esfumaba con el negativismo de las viejas que hablaban de enfermos y de muertos. Menos mal que Poupée matizaba con notas domésticas importantes, por ejemplo, que había lavado los vasos y los había puesto boca abajo para que se secaran mejor.

Cada tanto, Hortensia recibía en su casa. Era lindo el patio con claraboya; ahí crecían muy lindos los helechos, en especial el culantrillo. Los tenía en macetas sobre mesas de hierro forjado, los regaba un poco todos los días y les hablaba con dulzura. El mismo cariño que derramaba en los visitantes que le inspiraban ternura. Como sus sobrinos nietos de Buenos Aires, esos que no veía casi nunca.

Y es que Hortensia, Otilia, Socorro y Rosita eran todas señoritas. Nunca le habían dado un disgusto al padre. Así se fueron quedando, solteras, como doña Rosita la del teatro. Había otras dos hermanas, Delia y Pancha, que supieron encontrar marido; si fueron buenos partidos o no, esa es otra historia. Delia fue madre de Totita; otra tuvo dos hijos hombres, uno muy vago, el otro se fue para la otra orilla. Como que pegó el salto. O el saltito, porque muy lejos no llegó; pero por lo menos tuvo tres hijos, buenos muchachos.

Lo cierto es que los cuentos de Hortensia estaban poblados de recuerdos. Como cuando el padre tenía hotel, allá lejos, junto al vado del río. Donde el tiempo había comenzado a transcurrir con la misma lentitud que ahora se desgranaba entre tejidos, chimentos y helechos.

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Fabio Descalzi
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