Corro por el bosque,
descalza y abrazada
hasta sentir el verde
en el arcén que yace
en los surcos de mis dedos.
Encuentro un vino rojo
y fresas en el suelo terroso;
bebo, como,
estoy hambrienta,
y la intuición curiosa
del no saber
me salva de la locura.
Mis pies voraces
cabalgan hasta la libertad
que brota de un poderoso deseo.
Y en el camino perdí el hábito
de volver a tocar,
por si no se vuelve a ver,
por si no te vuelvo a ver.
Ya no hay nada que perder,
como piensan los amantes judíos
en el Berlín del Holocausto
cuando no sienten el miedo
al ver el fuego ardiendo.
Y florecen las amapolas
con el sol ardiente de primavera.
Ahora solo deseo verte,
tocarte,
sentirte.
Es una corazonada, una señal
que me lleva a dejarme llevar
como el presentimiento del tarotista
que donó sus cartas
por no perder los papeles.
Un fuego bestial
me calienta de libidinosa sed
por beber de este bosque nocturno.
Ya no me miras igual
pero yo voy detrás
y te alcanzo,
me pongo delante
y golpeo primero.
Ahora, corazón
te toca a ti.
¿bombearás tú mi sangre?
Mi pelvis se balancea
y olfateo el augurio
de esas cenizas ardiendo
que bailan frente a mis ojos.
Parecen luciérnagas hambrientas
estrellándose ebrias, sin talento
contra mi pecho.
Me siento un depredador de emociones
que se me escapan:
sagaces,
salvajes,
como estrellas
fugaces.

May Olivares
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Natalia Cabanillas Sola
nataliasola.com
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