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4 minutos

Mordisco

Los copos de nieve se perdían en su pelaje. Su silueta se dibujaba como una sombra fantasmal en un campo de paz e inercia, el frío pareciera haber congelado el viento, los cantos, el fervor de vida que suele llenar esas tierras. El silencio del bosque apenas era perturbado por su trotar; había una presa a unos cinco kilómetros de distancia, sentía su esencia. Las punzadas del hambre se habían vuelto tan frecuentes que se acostumbró a ellas. Desde que se fue de la manada, era más difícil conseguir alimento; el invierno no ayudaba nada. Fuese como fuese, ya no podía estar más allí, necesitaba crear su propia historia. Sabía que podría sobrevivir, le había ido bien en las últimas expediciones, sería cuestión de tiempo y suerte. Una cosa la ayudaba mucho: era terca como ninguna otra loba, por eso no le importaba correr grandes distancias en busca de alimento, eso antes que comer insectos y aminorar el paso.

Trotaba para no perder el rastro, cuando la tuviese a la vista ya iría más lento. No asustar a la presa, de los básicos que le enseñó su madre cuando le ayudó a cazar su primera ardilla. Salto, presión, mordisco en cuello, el sabor metálico de la sangre empapando su barbilla, el corazón de la ardilla deteniéndose lentamente. Tuvo que compartirla con sus hermanas, pero pudo quedarse con las partes más jugosas. Le encantaba el frenesí de la caza y el gusto de la carne fresca, le encantaba ser ella quien matase la presa y el sabor de la carne fresca, no tener que comer la carroña que dejaban algunos humanos. No les temía, pero el alfa sí, por más que lo negase. Cuando escuchaban el peso de las botas sobre la nieve y esos gruñidos extraños que emitían, la manada se escondía. Todo cambió cuando encontraron el primer cadáver de uno de los suyos siendo arrastrado por un humano.

Los recuerdos pasaban a veces, en segundo plano, junto con el hambre, pero no paraba para tantear el terreno. De vez en cuando, sus patas quebraban alguna rama. Pensó que eso era lo que pisaba. Crack. Unos dientes mordieron su pata, sintió como se hacía añicos el hueso. Un aullido rasgó el cielo y algunos pájaros volaron espantados. Ríos de sangre se abrieron paso en la nieve. Intentó morder y rasgar esas fauces, pensando que sería otro como él, hasta que vio que no era animal. Era uno de esos artefactos que los humanos dejaban ocultos. Vió una vez un ciervo atrapado en un aparato así; tuvieron que comerse el cadáver y dejar la pata atrapada en esa cosa.

Tenía sensaciones contradictorias. Un fuego en su interior la hacía moverse violentamente, con rabia loca intentando escapar, pero el dolor desgarrador y el agotamiento creciente le hacían rendirse y volver a empezar. Llegó un momento en que no pudo más. Los latidos de aquel pequeño corazón quedaron apabullados por los del suyo propio. Se sentía como aquella ardilla tan dulce de su infancia. Se vio reflejada en el viejo lobo muerto de sus recuerdos, tan solo y vulnerable. De repente, pasos. Aquellas botas pesadas que rompían el silencio. Un humano con su cachorra. Junto a ellos, esa criatura que parecía un lobo, pero que estaba pegada a los humanos siempre. Siempre se había preguntado por qué no se alejaban. El humano abrió la trampa. Ella quiso huir, pero no podía. Estaba muy débil. El humano sacó un trozo de carne seca de su bolsillo y se la dio. Ella la devoró con ansias; distraída por el alimento, el hombre la cargó. No fue capaz ni de gruñir ni de aullar de dolor, se dejó caer en los brazos de él, mientras la cachorra de humano tocaba con suavidad una de las patas que colgaba. No había nada que hacer. Si la quisiera muerta, ya lo habría hecho. Sabía que viviría, pero conocía el precio. Volvió a mirar a la bestia que se parecía a ella y entendió, antes de desmayarse, que iba a vivir, pero que había perdido su libertad.

Sabrina Feliz
justlittlerandomwritings
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Una respuesta a “Mordisco”

  1. Avatar de Alejandro Perez
    Alejandro Perez

    Que acabo de leer, tremenda pieza 🍃

    Le gusta a 1 persona

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