Resuena tímido el viento
rebosante en la copa,
gélida tañe la campana mortal
cuando teje su siniestra melodía.
Una voz perdida en el reloj,
cual arena que se escurre de las manos
cuando la brisa del mar
vuelve extraño el toque de un aliento.
Desesperado el tormento
anuda mi tráquea
y grito ahogado al silencio.
Devuélveme, mar, el norte
y las migajas,
el amor que te llevaste
entre tus olas y tus algas.
Abrázame con tu marea
y llévame a la isla última de este naufragio.
Las estrellas susurran el débil
tintineo de su luz
y el aire se desvanece;
hojas marchitas que revela
el terrible sueño.
¿En cuál puerto, amor,
terminarán las olas
con esta ingrata incertidumbre?,
¿cuál será el mar
que me arrebate tu ausencia?,
¿cuáles aguas serán
las que vacíen mis lágrimas?
¿Cómo cruzo nuestro destiempo?
Si es el diluvio de agua salada
el que dibuja tu rostro cíclico,
anclado a mi mirada.
¡Cuéntame, adiós mío,
cuándo esta tempestad
olvida ser eviterna!
Háblame, entonces,
de tu frío nombre,
de la rasgada piedra,
de mar en calma.
Háblame, entonces, olvido,
de tu marcha.
Y deja que el amanecer
componga la prismática elegía
que rearme la pira
de tu presencia llama,
avivada por el inacabable idilio
que urde la memoria
en los brazos de tu mansa balsa.

Enrique Morte
@enrique.morte_poesia
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Marianela Garrido
@marianela.1l1
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