Bombas de golondrinas
explotan en este atardecer gris,
llenando de un tremor de plumas y melancolías
una ciudad que se hunde.
Un alma,
ahuecada por los días,
mira una hoja caer,
mira
cómo duda en la brisa,
casi se detiene…
La hoja harapienta y el alma anciana
se desvanecen en un estanque
de aguas muertas,
oleaginosas.
Un suspiro se coagula.
Se adueña el terror
de la distancia
–extremadamente corta–
que separa esta muerte inevitable
de su anhelo por vivir.
Pero ¿qué vida le espera
a quien inmóvil permanece
anclado al suelo
como un mueble
rebosante de termita,
como una estrella moribunda
al borde mismo de explotar?
Escozor que no responde
a los rencores de su ira,
temblor que invade, que conquista,
la dulce calma, la piel serena,
de un dolor que ya no siente
más que aquel insecto que carcome
su atrofiado resistir.

Enrique Morte
@enrique.morte_poesia
Leer sus escritos

Roberto Garcés Marrero
@rgmar84
Leer sus escritos


Deja un comentario