Un pétalo de rosa,
que yace en una página amarilla
que duele todavía.
Un verso, dulce y triste, que nos llora
desde un remoto olvido,
desde un tiempo perdido.
Ese roto silencio,
invoca a otros paisajes,
a escenarios dolientes, a suspiros
de viejos caballeros,
que montan sus corceles
en este mismo instante donde escribo.
Como el hombre que tacha,
una y otra vez, tibias soledades,
lejanas espadañas, desolados yermos,
en la blancura hiriente del papel;
en ese oscuro rito
de versos arpegiados, que nos crean
un mundo donde danzan
la belleza y el daño, la quimera
y la serena noche del martirio.
Como el polvo de un labio, de un latido
del hombre que se obstina
en adornar la vida
con serenas palabras de familia



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