Uno no se va nunca. Siempre queda
un residuo de angustia, una tristeza
deforme, una caricia, la belleza
de una rosa marchita en la vereda.
Sólo el canto de un pájaro, la seda
de las primeras luces, la pureza
de los primeros rayos, la tibieza
del sol entre la niebla y la alameda.
Me expulsaron del tiempo y de la nada,
más allá de preguntas, a la entrada
de otro paisaje roto, de otro sueño.
Esta noche, por fin, he comprendido
que no existe el recuerdo, que he dormido
en otra parte, lejos, sin empeño.



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